En la década de los veinte en Europa, en pleno periodo entreguerras, los estragos de la primera Guerra Mundial y la liberación natural de los espíritus en tiempos de paz, trajeron consigo un auge extraordinario de la vanguardia cinematográfica. Mientras que en la Unión Soviética se consolidaba el lenguaje por vía del montaje con el Realismo Socialista y en Estados Unidos crecía a grandes estirones el Star System y el sistema de géneros, en Francia y en Alemania se dejaba fluir una necesidad incontenible por crear experiencias cinematográficas que, directa o indirectamente, trataran de fondo los sentimientos más vigentes de esos pueblos. En Alemania en medio de la crisis profunda en lo político y lo social, con altos índices de delincuencia e ilegalidad, se edificó el Expresionismo Alemán, en donde convergieron artistas de todas las vertientes, en un arte recién nacido como el cine, para hablar de las convulsiones profundas de una sociedad sacudida por las amenazas y el caos. Fritz Lang, el prodigioso cineasta austriaco posicionado a la vanguardia del Expresionismo Alemán, se interesó especialmente en el Dr. Mabuse, personaje literario creado por el luxemburgués Norbert Jacques. Mabuse es un gánster sádico, con poderes mentales y grandes habilidades para el disfraz, que lleva consigo a una pandilla de proscritos entre quienes suma drogadictos, idiotas, bailarinas de cabaret y atormentados violentos. Se trata de un personaje que para Lang contenía en su esencia los vicios y los lastres de la Alemania de aquel entonces: los de la corrupción, el desgobierno y el crimen. Fue tal la pasión que Mabuse despertó en Fritz Lang que terminaría por hacer toda una trilogía a lo largo de su extensa filmografía. La primera pieza del tríptico de Lang sobre Mabuse se dio en los albores de la deslumbrante década de los veinte en el cine alemán, con ‘Dr. Mabuse, el jugador’ (1922), en el que el Dr. Mabuse (Rudolf Kleinn-Rogge) y su pandilla de marginados quieren torturar a todo Berlín con los espejismos de la avaricia, para entonces tomársela y regirla desde la destrucción. Sin embargo, Mabuse va a tener que enfrentarse a la perseverancia del fiscal von Wenk (Bernhard Goetzke), quien se empeñará en sortear sus trampas y detenerlo.
En ‘Dr. Mabuse, el jugador’, Fritz Lang da el paso definitivo para instalar el Expresionismo Alemán como vanguardia extensa, no solo de cine, sino del arte en el siglo XX. Después de abrir la senda con su anterior película, ‘Destiny’ (1921), Lang se lanza a las profundidades de un mundo oscuro, que es tanto el mundo de la sociedad en decadencia como el del subconsciente de pulsiones lascivas que se regodean en la tortura, en el desatar del caos. Mientras que en Estados Unidos se cocía más lentamente el cine de gánsters, Lang con su primer Mabuse lo expandía en los significados, hasta representar con decisión esa especulación sobre el poder en mano de los monstruos, de los asesinos, los ladrones, los sádicos, los faunos más endemoniados que se carcajean vulgarmente. Y Lang también deja entrever raíces no despreciables del film noir, con la fatalidad propia de quienes tienen que esconderse incluso de su propia conciencia, de las mujeres que arrastran a unos y otros a la muerte, a la locura, al delirio. El arte completo, a cargo de todo un equipo integral, ya recogía la estafeta de los recintos hipnóticos y deslumbrantes de ‘El gabinete del Dr. Caligari’ (1920), de Robert Wiene, la película que se considera manifiesto del Expresionismo Alemán. Lo mismo puede percibirse de las interpretaciones intensas en lo actoral e incluso de los preciosos trazos de animación. Pero Fritz Lang va más allá y con el bisturí afiladísimo de su intuición con respecto a su propia época abre de par en par las entrañas de la podredumbre que se consumía a Alemania, desde las élites hasta los bajos mundos. Como siempre, en el caso de Lang, del Expresionismo Alemán y de toda la historia de las vanguardias en el cine, esta disertación tan pasional como cerebral, termina por mantenerse fresca porque se alimenta de un espíritu humano universal. En el caso de Alemania, lo que estos monstruos tan sociales como espectrales preveían, estaría por confirmarse apenas una década después.
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