martes, 4 de enero de 2022

La soledad itinerante de ‘La Strada’ y el amor imposible de Federico Fellini
















En el caldero de la historia del cine, la adición del Neorrealismo y la tradición circense impregnada de la Comedia del Arte suscitaron a Federico Fellini, uno de los más importantes cineastas en la historia del cine europeo. Fellini, nutrido por la experiencia de vivir en la Italia fascista y por la devastación de la Segunda Guerra Mundial, comprendía como nadie la transición constante de los espíritus entre la pena intensa del sufrimiento y la evasión hedonista hacia la fantasía.  Tras haberse formado en la revisión cultural en las ruinas de la posguerra que representó el Neorrealismo, Fellini poco a poco conformó la impresión intensa y tormentosa de un ser humano atravesado por pasiones delirantes hasta el punto incluso de la trascendencia mística. Después de plantarse con suficiente autenticidad en la escuela neorrealista con ‘El Jeque Blanco’ (1952) y ‘Los Inútiles’ (1953), Fellini alcanzó una de las cumbres de su filmografía con ‘La Strada’ (1954), en donde finalmente se apropia de la voz sociocultural del Neorrealismo para proyectarse como un autor capaz de proyectarse hasta las metáforas propias de la exaltación profunda de la experiencia humana más constatable, además de plantar la primera película de lo que se conocería como su ‘Trilogía de la Soledad’. Gelsomina (Giulietta Masina) es una mujer muy joven que es vendida como asistente por su madre a Zampanò (Anthony Quinn), un artista ambulante, de fuerza descomunal, que viaja presentando el acto en el que rompe una cadena con el pecho. Zampanò es un hombre violento y atormentado que enseña a Gelsomina las tareas básicas para ser su asistente y al mismo tiempo la somete constantemente a castigos físicos y emocionales por su tendencia constante a la liberación lúdica. En medio del dúo de artistas itinerantes crece un vínculo irrompible en medio de la crudeza que tendrá derivaciones trágicas ineludibles. 

En medio de escenarios ruinosos y con frecuencia desérticos, Fellini lanza a sus personajes casi inversos en la personalidad para atravesar el campo como atravesar la vida. Como llevados por un tornado, son arrastrados por el espacio agreste que los envuelve y el devenir los pone en pequeños mundos que sirven de refugio para que Zampanó satisfaga la voracidad de sus apetitos y para que Gelsomina se deslumbre con la fascinación inagotable de su capacidad de sorpresa, en el brillo de sus ojos que parecen tener el poder de volver fascinante todo lo que mira. En la moto con remolque que se tambalea por los caminos, el hombre gigante y la mujer pequeña flotan mientras penetran un horror que también flota, que pende sobre el drama a punto de caer, mientras va creciendo una desesperación enmudecida, atravesada por la festividad circense, con las vidas laceradas tras de ellos, con la cara detrás de la máscara. En ese recorrido azaroso impulsado por la pasión violenta de Zampanò, se encuentran en el circo con ‘El Loco’, como se le conoce al bufón, un fauno incontenible capaz de traspasar los límites de la representación para incitar la brutalidad del monstruo Zampanò, mientras encuentra en Gelsomina una consonancia mística en la misma lúdica, en la explosión impredecible del saltimbanqui, con la necesidad constante de la carcajada para soportar la pena de los miserables. Fellini nos expone constantemente a las calles desiertas y metafísicas que serían la pista característica de su circo trascendente, a veces trasladada a las ruinas históricas que le dan marco al mismo drama del destino de la antigüedad grecorromana, con la música de Nino Rota que parece acompañar a los fantasmas festivos que los rodean y los personajes que se debaten en la devastación de una realidad ineludible, plenamente neorrealista y al mismo tiempo en una pista de circo de pueblo repleta de misterio, de un espíritu inasible y trascendente, hasta que la vorágine de su encuentro los arrastra para siempre, los convierte en una leyenda, como si quedaran inscritos en el cielo o en el imaginario colectivo de la tierra que pisaron. Como una nueva constelación de las parejas fundadoras, como si el amor hubiera quemado la oscuridad para siempre. 


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