Mendes nos invita a acompañar la epopeya de sus dos protagonistas con larguísimos e irrompibles planos secuencia, con la destreza bien conocida del virtuoso cinefotógrafo Roger Deakins y el desarrollo puntual de tecnología para conseguir los objetivos estéticos de su propuesta audiovisual. La constante recomposición y la dinámica puesta en escena logran eficientemente ponernos en la perspectiva de los dos soldados que, unidos sólidamente a su profunda amistad, se enfrentan con especial valentía a los horrores bien conocidos de la guerra. Por supuesto, la exigencia en el diseño sonoro es alta y el trabajo de Michael Fentum está a la altura, al igual que el detallado, versátil y eficiente diseño de producción de Dennis Gassner (conocido de Mendes y Deakins) y la edición necesariamente de alta precisión de Lee Smith (habitual colaborador de Cristopher Nolan). Con todos estos elementos de alto desarrollo técnico se construye una cáscara deslumbrante que sin duda tiene la capacidad de sostener por sí misma las dos horas de duración de la película. Desde la perspectiva técnica y tecnológica, la película plantea nuevos escenarios creativos para los presupuestos más altos del mundo.
Los problemas surgen cuando se abre la cáscara para ir en busca de la pulpa y clavarle el diente con apetito. Entonces es inevitable pensar en grandes hitos de la guerra que no le convienen para nada a la película si aparecen en la memoria del espectador. Desde el punto de vista de los personajes, es necesario citar a la inmortal ‘Come and See’ (1985), de Elem Klimov, en donde realmente se va a fondo del horror lacerante en escenarios humanos dantescos propios de la confrontación bélica, todo congregado en el rostro destruido de un adolescente arrancado brutalmente de la adolescencia. Y si se trata de encomiendas que cruzan el pantano de sangre y lodo de la guerra, viene a la mente ‘Apocalypse Now’ (1979), de Francis Ford Coppola, basada en ‘El corazón de las tinieblas’, de Joseph Conrad, en un auténtico descenso al infierno para encontrarse con aquel horror de horrores. ‘1917’ palidece ante su propias elecciones narrativas y desaprovecha por completo el caldo de cultivo inagotable de la guerra. Sus señalamientos con respecto a la guerra y a la amistad terminan por ser tristemente obvios, más allá de lo técnico, a un género que década a década ha nutrido la historia del cine con clásicos que han llego a la cumbre del arte cinematográfico. Pero el paralelo menos conveniente para la película es el que se establece con sus propios creadores. No hace falta ir muy lejos en la brillante carrera de Deakins para encontrarse con otro prodigio técnico con mucho más contenido, como ‘Blade Runner 2049’ (2017) y con Mendes resulta evidente al volver a su último paso por los Oscar, con ‘Belleza Americana’. Tal vez la discusión pertinente sea la de la necesidad de rescatar el cine para volver a infundir el calor que a veces pierde actualmente.
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