Después de varias décadas construyendo un importante legado de clásicos en el cine comercial, no solo en la animación, sino en todo el panorama cinematográfico, los estudios Pixar se han adentrado en esta década principalmente en las secuelas de sus películas. Después de las subestimadas ‘Cars 3’ (2017) y ‘Incredibles 2’ (2018), llegó la muy esperada cuarta entrega de su película emblemática con ‘Toy Story 4’, que además ha sido el título con mejores continuaciones al menos para la crítica. Los grandísimos talentos que fundaron el prestigio de Pixar han ido cediendo gradualmente el timón a nuevas generaciones que se han ido formando en una amplia variedad de tareas al interior de los estudios, especialmente la dirección de cortometrajes. El elegido para esta secuela de ‘Toy Story’ fue Josh Cooley, quien dirigió un par de cortos que circularon por internet en las redes sociales: ‘George and A. J.’ (2009) y ‘Riley’s First Date’ (2015). Su ópera prima es nada más y nada menos que la secuela más prometedora de los estudios en la década. ‘Toy Story 4’ nos sitúa en donde nos dejó la tercera parte, con los juguetes en casa de la pequeña Bonnie (Madeleine McGraw) después de que Andy se los cedió para ir a la universidad, incluyendo un antecedente importante que nos cuenta la forma en la cual abandonó la manada Betty (Annie Potts), aquella pastorcita más que amiga de Woody (Tom Hanks). Bonnie debe entrar al jardín infantil y en la sesión de introducción crea un pequeño muñeco con un tenedor de plástico que para ella se vuelve entrañable. Se trata del nervioso y desarraigado Forky (Tony Hale). Los padres de Bonnie deciden llevarla de viaje con sus muñecos, unos días en su casa rodante antes de que empiece la escuela. Ahí es donde todo resultará revelador, especialmente para Woody.
Con un guion ligero y efectivo, lleno de diálogos cómicos con buenos remates, Josh Cooley nos introduce, como en las recientes secuelas de Pixar, en las profundidades de los Estados Unidos, en una provincia que ha sido muy sustanciosa a lo largo de la historia del cine y que fue abundante por ejemplo en los años setenta con el cine independiente. Con el espíritu de la road movie, pero sin serlo definitivamente, la película nos sitúa en escenarios tradicionales de los pueblos estadounidenses, como la feria, la tienda de antigüedades y la casa rodante. Estos espacios se plantean como auténticos templos en los cuales los personajes se encuentran con su propia naturaleza, en muchos casos plagada de traumas, pero también de fortalezas aún no descubiertas. Woody, tan caracterizado generacionalmente, ese sheriff sumamente responsable y noble que recuerda a Will Kane, el comisario interpretado por Gary Cooper en ‘High noon’ (1952), el clásico western de Fred Zinnemann, se esmera en proteger la felicidad de su niña, de aquella persona que ha puesto el nombre en su bota y de quien se siente responsable por su dicha. Sin embargo, en la exploración por la cual lo lleva de la mano su pareja en el mundo, la liberadísima Betty, empieza a comprender del todo el proceso por el cual pasó su amadísimo e inolvidable Andy: descubre que tiene que crecer él también.
Como siempre en las películas de Pixar, el estándar de calidad en la animación es altísimo y aquí se une una buena selección de nuevos personajes precisamente surgidos de esos escenarios característicos del paisaje gringo en donde los juguetes son tradicionales. El guion, escrito por todo un equipo de escritores entre quienes están grandes personalidades de Pixar como John Lasseter y el especialista Andrew Stanton, es formalmente ligero y no busca la trascendencia por sí mismo. Al pensar en la levedad del guion, resulta interesante cuando se vincula con el carácter de fábula de la película, a pesar de disminuir a la película en relación con la calidad de toda la saga. El encuentro de estos personajes emblemáticos termina con una moraleja relacionada con la madurez. Es como si Pixar les dijera a sus inmensas legiones de seguidores que es hora de crecer. Que el tiempo ha pasado y la vida debe seguir. Resulta admirable que ese mensaje esté desprovisto de todo sentimentalismo.