sábado, 13 de abril de 2019

La espacialidad sonora de ‘El culpable’ y la proyección introspectiva de Gustav Möller

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En el norte de Europa, específicamente en los países nórdicos, la tradición cinematográfica ha sido extensa y trascendental. Se trata de cinematografías que han explorado a fondo la condición humana agregando un matiz profundo y autoral al cine europeo durante décadas. Elevando el tono discursivo del arte cinematográfico a los mismos confines de la filosofía. Probablemente, el país más prolífico en el cine de esta región del mundo ha sido Dinamarca, que ha aportado cineastas y películas durante cada etapa de la historia del cine. Siempre en paralelo frente a las grandes luminarias de las potencias europeas, el cine danés entregó historia pura con artistas excelsos como Carl Dreyer y su influencia se extiende hasta nuestros días con cineastas célebres como Susanne Bier y Nicolas Winding Refn, tras haber propuesto una nueva perspectiva con Dogma 95, liderado por Thomas Vinterberg y Lars von Trier, uno de los cineastas más potentes e influyentes de los últimos 30 años. El vigor inagotable del cine danés vuelve a percibirse con ‘El culpable’, ópera prima de Gustav Möller, cineasta de origen sueco que con su primera película sorprendió favorablemente a crítica y público de todo el mundo. ‘El culpable’ nos relata el turno del operador telefónico de la policía danesa Asger Holm (Jakob Ceder), degradado a esta tarea por antecedentes legales conflictivos. Asger soporta con cierto estoicismo la irresponsabilidad de quienes llaman, hasta que recibe una llamada de la cual no podrá liberar su incontenible vocación de héroe.

El concepto de la película hace de ‘El culpable’ por sí mismo un filme referencial. Es una película que construye el drama con base en la experiencia de la escucha y de la distancia. La fuerza que se opone en realidad es el distanciamiento de la tecnología misma, con toda su capacidad para influir en el destino de las personas, pero también con toda su incapacidad para responder a la acción inmediata con la precisión que se requiere. La película plantea la situación de descubrirse con poder para mejorar las cosas, pero al mismo tiempo la fragilidad humana frente a sus propias emociones, la dificultad permanente de acceder a la objetividad, de darle paso a la racionalidad. Resulta sorprendente ver que la película, con una propuesta sumamente estricta, en tiempo real y en una única locación, de forma muy clara sigue alimentando la tradición danesa de la introspección profunda, conserva la identidad de la trascendencia cinematográfica nórdica. Al mismo tiempo, trae a la memoria a Orson Welles, pero no al Welles cinematográfico, sino al Welles radiofónico que le dio la vuelta al tablero de la creatividad en su época con su adaptación de ‘La guerra de los mundos’, de H.G. Welles. En este caso, Möller también crea un nuevo espacio en nuestra imaginación, en la necesidad de completar visualmente la brillantez de su diseño sonoro. Es el mismo principio de la lectura impulsado en la gran versatilidad interdisciplinaria propia del cine. Cada espectador construye su espacio libremente en lo formal, pero con la misma emoción característica del thriller. La película tiene entonces la intensidad humana de los personajes en el cine nórdico, las inquietudes espaciales que marcaron el cine de Dreyer, la reflexión sobre la modernidad frecuente en Bier y Winding Refn y la búsqueda de un cine formalmente libre en términos de producción que residió en el espíritu del Dogma 95.

La disertación filosófica de ‘El culpable’ nos pone frente a la influencia violenta de nuestras propias decisiones, frente al carácter devastador del prejuicio. Resulta especialmente útil para considerar el diseño racional de las nuevas revoluciones, y lo hace planteando las consecuencias de la entrega total a la emocionalidad. La honestidad de Asger nunca es puesta en duda, pero resulta insuficiente incluso para que ejerza un trabajo específicamente automatizado. Al mismo tiempo, la distancia que ha puesto la tecnología entre las personas queda expuesta. La verdad puede estar siempre muy distante, especialmente cuando la apariencia se pone de frente en la comunicación misma.

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