jueves, 31 de julio de 2025

La Sissi real de ‘Sissi emperatriz’ y la corte capturada de Ernst Marishka


Inmediatamente después de ‘Sissi’ (1955), Marishka emprendió la continuación de la saga sobre la célebre emperatriz austriaca. Marishka traslada el relato desde el ensueño campirano de las montañas y valles austriacos a los inmensos salones y jardines del palacio austrohúngaro. La jovial Sissi, flotando todavía en la dicha del encuentro amoroso y en su nueva vida en el pico de nobleza. Marishka instala a la niña que apenas acabamos de conocer en la casa familiar, ahora en el escenario descomunal de su nueva familia, aquella en la que es la esposa y pronto será la madre. Después de pasar por el deslumbramiento propio de un esplendor enceguecedor, especialmente para una joven especialmente ingenua, como la representaron Marishka y Romy Schneider en la primera película de la trilogía. Poco a poco empieza a encontrarse con el rigor de las estrictas formalidades de la corona, en donde pasó a vivir casi de la noche a la mañana. Entonces, en esas circunstancias, gradualmente empieza a surgir el carácter de la próxima reina, de la que ha de transformar el destino de aquel imperio. Una mujer que por instinto se impone a una adversidad estructural. 

En el traslado de Sissi del escenario natural al escenario del lujo extremo palaciego, existe esencialmente un cambio de escenario que va de lo natural a lo artificial. De aquella pintura idílica de la vida familiar de la cual se desprende Sissi, la película avanza a una cumbre espaciosa, en la que se pueden contemplar constantemente los salones inmensos, en donde se distribuyen orgánicamente todo tipo de aristócratas repletos de insignias, mientras que Sissi mantiene aún la dinámica natural propia de aquella que recorría los espacios del campo con la naturalidad de su auténtica esencia. Pronto descubre que esa esencia no es precisamente bien vista; que necesita adaptarse pronto a lo que se supone que debe ser la reina. Inmediatamente se le reclama la intervención para resolver conflictos de pura formalidad, que para ella resultan ser tan banales que fundamentalmente no los entiende siquiera. Pero entonces, el gran conflicto surge cuando su suegra, la reina madre, corta la dicha como si lo hiciera con unas tijeras, justo en el momento en el que los jóvenes padres acaban de tener a su primogénito, el heredero directo al trono. La señora toma al niño arbitrariamente a su cuidado para que Sissi se dedique a cuidar a su esposo. Ahí nace la Sissi que hasta aquí dormía. 

Marishka claramente tiene la intención de construir sobre el relato hegemónico de la nobleza del centro de Europa una historia precozmente meritocrática desde el melodrama, sobre la biografía de un personaje originalmente de sangre noble pero distante de la vida misma en los palacios de la corte austriaca. Poco a poco, en ‘Sissi emperatriz’ (1956), Marishka va moldeando a la mujer que emerge de la niña, pero se trata de una mujer que emerge desde el conservadurismo del instinto materno, y que se impone en el terreno de una jerarquía patriarcal en la cual a fin de cuentas ella hace parte de una pieza para el ejercicio del poder, en medio de una amplia trama de formalidades que están pensadas con antelación para poder conservar el estado de las cosas. Lo que emerge en realidad desde el personaje de Sissi, es el de un instinto natural para capturar y conservar en ese poder, especialmente en la disputa por la crianza de su hijo que sostiene con su suegra y con su joven esposo. Así es como Marishka nos deja a Sissi instalada plenamente en el trono, con la perspectiva de empezar verdaderamente a reinar. 


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