En medio de la arrasadora maquinaria hollywoodense, siempre han brotado los grandes autores, como las flores en el asfalto. En medio del eficiente sistema de géneros, la comedia siempre surtió a la historia del cine de una gran colección de verdaderos artistas que nunca han dejado de observar críticamente a la sociedad estadounidense, en los detalles y en los grandes rasgos, con pequeñas historias humanistas que han sido capaces de formular los problemas estructurales a los que se enfrenta el ser humano confrontando el sistema. Desde los inmigrados Ernst Lubitsch y Billy Wilder, pasando por Hal Ashby y Woody Allen, hasta Alexander Payne, quien ha ido consolidando con el paso del tiempo una filmografía que ha protegido a la figura histórica del outsider para protegerla de las diversas y aceleradas transformaciones de los tiempos. Su más reciente película, ‘Los que se quedan’ (2023), es una buena muestra de su cine y de la herencia vanguardista de la cual se puede considerar es un fiel representante tras sumar títulos como ‘Las confesiones del Sr. Schmidt’ (2002), ‘Entre copas’ (2004) y ‘Nebraska’ (2013), entre otras. En ‘Los que se quedan’, Paul Hunham (Paul Giamatti), un profesor huraño de internado en Massachusetts, y cautivado por su propio conocimiento, es castigado por sus malos tratos a los alumnos, cuidando en el periodo vacacional navideño a los más problemáticos y abandonados. Especialmente tendrá que vérselas con Angus Tully (Dominic Sessa), el más complejo de todos ellos.
En ‘Lo que nos pasa’, Payne nos arroja a las profundidades del Estados Unidos más teóricamente favorable para vivir. En medio de una inmensa escuela a la que los padres más bien ricos envían a sus hijos para fundamentalmente deshacerse de ellos todo el tiempo que sea posible, a la intimidad acogedora de un maestro ácido para regocijado en las profundidades de su conocimiento sobre las civilizaciones antiguas, en la lectura del mundo, en su pipa, en el calor de su habitación. Pero precisamente la acidez de su misantropía consentida lo someten a la poco envidiable tarea de cuidar a un puñado de jóvenes traumados por el abandono crítico. En ese ambiente de inmensa cabaña en medio de la montaña nevada, se replica tanto el Overlook Hotel de ‘El Resplandor’ o el colegio Howgarts de Harry Potter, en medio de esa tradición especialmente irlandesa del noreste de Estados Unidos. De alguna forma, estas circunstancias socioculturales, que incluye la convulsión entre las décadas de los sesenta y los setenta, crean un vínculo con las disertaciones existenciales del cine escandinavo, que palpita en medio del Estado de bienestar y cierto abandono usual en un mundo en el cual se suele suponer que todo está resuelto. Poco a poco este espacio se va vaciando y solo quedan los solitarios, los viejos outsiders del cine estadounidense, como si hubieran sido pasados por un bastidor que los arrojara a esa soledad compartida. A Hunham no le queda más que encontrarse con el joven Tully y con la lacerada cocinera Mary Lamb (Da’Vine Joy Randolph), quien ha perdido a su hijo en la guerra de Vietnam, y ocasionalmente Danny (Naheem Garcia), el conserje del lugar. Nuevamente el asunto esencial es la reconfiguración, al menos temporal, para soportar la reclusión invernal, de una familia resignificada, en la que las experiencias compartidas y los pasados diversos dan constantemente perspectivas nuevas, horizontes despejados. Muy acertadamente, Payne no apela a un realismo fantasioso y las consecuencias para sus personajes son especialmente verosímiles. Aún más acertadamente, no pretende nunca acogerse en un melodrama simplón, sino que, sin dejar de ser crítico con gran incisión y profundidad, sus personajes asumen el mundo con la dignidad precisamente de quien se resiste.
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