viernes, 17 de noviembre de 2017

La ilustración pictórica de Roy Andersson y la poesía desértica de ‘Una paloma reflexiona sobre la existencia desde la rama de un árbol’



Roy Andersson fue una de las presencias más relevantes en la primera década del siglo veintiuno. Lo consiguió solamente con dos películas ‘Canciones del segundo piso’ (2000) y ‘La comedia de la vida’ (2007), ambas promulgadas como las dos primeras partes de una trilogía conocida como ‘La trilogía viva’, dedicada a explorar las contradicciones que flotan en la existencia humana. Especialmente la primera película se convirtió en todo un clásico. Para la tercera película de este director de excepcionalidades notables con alrededor de cincuenta años de carrera tuvieron que pasar siete años más desde la segunda entrega. En el año 2014 apareció ‘Una paloma reflexiona sobre la existencia desde la rama de un árbol’ cosechando el León de Oro en la prestigiosa Bienal de Venecia. La película que representa el cierre de la anhelada trilogía tiene como columna vertebral de una narrativa coral la historia de Sam y Jonathan, dos viejos amigos (o amigos viejos) que venden bromas de novedad en medio de una depresión que contrasta intensamente con el perfil de los productos que venden.

‘Una paloma reflexiona sobre la existencia de la rama de un árbol’ es una película ilustrativa en todas las acepciones de ese término. El paso de cada plano es como el paso de las páginas en esos libros de grandes ilustraciones fotográficas o de estilo realista que nos deleitan desde niños y estimulan la evocación de todo tipo de procesos mentales con vínculos emocionales, como la memoria y la imaginación. Este estilo es propio de Andersson, especialmente en la trilogía mencionada y justamente el que le valió para conseguir la atención de todo el mundo en torno a sus más recientes obras cinematográficas. La historia de los extrañamente entrañables Sam y Jonathan avanza como si fueran con los ojos vendados, desprovista de construcciones falsas, con la potencia que representa la construcción misma del contexto que ha ideado Andersson. Se cruza además con las vidas de otros personajes que se asoman con notable belleza, desbordantes de humanidad y atormentados por las realidades sociales más insólitas y preocupantemente verídicas.

Por supuesto, para el espectador, el concepto de Roy Andersson representa muchas vertientes en la apreciación de la película. Es apreciable desde lo estético, desde lo narrativo, desde lo reflexivo, desde lo cinematográfico como conjunto ensamblado. También es una película que tiene la intención de construir una mirada acerca de la experiencia misma de la vida. Provoca risas desde la observación del patetismo, de la invalidez activa de los personajes, pero pronto irá por la conmoción, ya sea desde alguna pizca de enternecimiento hasta la que produce la crueldad plena, aquella que parte de la inconciencia o de la conciencia misma de ser cruel, todo ello sumergido en la más aplastante monotonía propia de la rutina, de la condena existencial que pesa sobre todas las cabezas humanas, sin excepción. No hay posibilidad de escapar de estar viñetas porque son la representación de las celdas mismas de la condición humana. Indudable y preponderantemente hay que considerar el extraordinario aporte de los diseñadores de producción Ulf Jonsson, Nicklas Nilsson, Sandra Parment, Isabel Sjöstrand y Julia Tegström además de la gran complementación con los elaborados planos generales de István Borbás y Gergely Pálos en la fotografía.

Roy Andersson nos construye un retrato muy elaborado y con diversas perspectivas sobre la condición humana. Es una película que verticalmente va desde lo más individual del ser hasta lo más colectivo de un sistema social completo. Horizontalmente construye relaciones intrínsecas que se vinculan como un efecto inevitable de la una sobre la otra, en un universo donde nadie escapa a la desolación. Todo esto de forma estrictamente poética, teniendo en cuenta que la poesía no excluye la desolación o el horror.

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